A nombre de mis
compañeros José Vicente Villicaña
Díaz, Pedro Ramírez Martínez
y en el mío propio, vengo a esta tribuna a expresar
nuestro profundo y sincero agradecimiento, al Supremo Tribunal
de Justicia del Estado y a la Asociación de Jueces
de Primera Instancia de Michoacán, por la distinción
que nos han hecho al otorgarnos un reconocimiento por el tiempo
que tenemos laborando al servicio del Poder Judicial.
Reconocimiento éste que, para algunos, pudiera ser
intrascendente; sin embargo, para nosotros, reviste especial
trascendencia, pues es un reconocimiento a la honrosa función
de Juez de Primera Instancia en el Estado e implícitamente
a todos los que la desempeñamos. En efecto, quienes
por vocación e imbuidos por los ideales de justicia
adquiridos en la aulas de la Casa de Hidalgo, escogimos a
la judicatura como el área en la que habríamos
de desarrollarnos en el ejercicio de la profesión,
lo hicimos sabedores que las recompensas que otorga la administración
de justicia son más internas que los beneficios de
otro orden y plenamente convencidos de que el único
aliciente que debe conservar viva la vocación de un
juzgador, no es otro que la propia satisfacción de
saberse mantenedor de la justicia. “El que desea
ser justo tendrá pocos honores”, sentenció
Dardanius, el insigne florentino, en su apología de
la justicia.
No se puede vivir en sociedad sin el imperio de la justicia,
en tanto que ella restituye a cada quien lo que le pertenece;
y por más que resulte discutible la determinación
exacta de que es lo que pertenece a cada quien, lo cierto
es que en todo conglomerado social priva un criterio uniforme,
claro y preciso, a propósito de la justicia, identificándola
como el medio idóneo para establecer la tranquilidad
social. Indudablemente que el esplendor de la justicia se
origina en la vocación y la vida privada de los jueces
que la imparten y que consagran toda una existencia a ella.
Pero, ¿Quiénes son los hombres que la imparten?
¿Qué virtudes mínimas deben tener? Éstas,
como otras interrogantes, el hombre actual, que vive en medio
de una de las más severas crisis de valores de la humanidad,
difícilmente ha podido contestarlas a satisfacción
plena. No seré yo quien lo haga en estas sencillas
palabras; pero es propicia la ocasión y pido su benevolencia
para que se me permita hacer algunas reflexiones en voz alta.
La función de juzgar a nuestros semejantes, maravilloso
oficio que en los albores de la humanidad se ejercía
solamente por magos, sacerdotes y reyes y que de la liturgia
pasó al sorprendente nivel cultural griego, como función
ejercida por los “hombres-oro”, todos lo sabemos,
tiene características muy especiales. Se realiza en
forma discreta, callada, sin alardes publicitarios y sin esperar
ni recibir los aplausos de las multitudes. Requiere de quienes
la ejercemos cultura y no sólo jurídica, porque
el jurista que no sepa sino derecho no sabe nada; además,
exige de nosotros una vida digna, absoluta integridad y completa
independencia de criterio respecto de otras autoridades. El
siempre invocado Piero Calamandrei, en su clásico “Elogio
de los Jueces”, decía que el juzgador debe hallar
“el justo punto de equilibrio entre el espíritu
de independencia respecto de los demás y el espíritu
de humildad ante sí mismo; ser digno sin llegar a ser
orgulloso, y al mismo tiempo humilde y no servil; estimarse
tanto a si mismo como para saber defender su opinión
contra la autoridad de los poderosos o contra las insidias
dialécticas de los profesionales, y al mismo tiempo
tener tal conciencia de la humana falibilidad que esté
siempre dispuesto a ponderar atentamente las opiniones ajenas
hasta el punto de reconocer abiertamente el propio error,
sin preguntarse si ello puede aparecer como una disminución
de su prestigio”.
Estas cualidades, afortunadamente, se reúnen en los
juzgadores del Poder Judicial del Estado de Michoacán.
Y lo puedo afirmar, porque desde mis comienzos en la carrera
judicial, hace treinta años, hasta el día de
hoy, he encontrado jueces y magistrados que tienen un auténtico
propósito de impartir justicia, una permanente voluntad
de servicio, una completa rectitud e imparcialidad, una probidad
que muy excepcionalmente se encuentra ausente y total independencia
de criterio en su resoluciones. Y si bien es verdad que algunas
veces incurrimos en errores, no dejemos de lado que esto es
propio de la naturaleza humana. Aunque no ignoro que con frecuencia
es criticada la función del juez y se habla de deshonestidad
en los fallos, ello no es sino producto de la ignorancia o
de la mala fe de quienes se sienten afectados en sus intereses
o pretenden litigar por medio de publicaciones calumniosas,
tendientes a presionar a los juzgadores que deben fallar sus
casos. Cierto es que, excepcionalmente, se han presentado
casos de conductas indebidas por parte de algunos jueces;
sin embargo, éstos han sido sancionados conforme a
derecho y, por su reducido número, no han llegado a
empañar el prestigio de que goza el Poder Judicial
del Estado de Michoacán, de ser un poder judicial honesto,
eficiente y eficaz.
Para finalizar, quiero aprovechar la oportunidad para recordar
que el Gobernador del Estado, es un hombre sensible y está
consciente de la importancia que la administración
de justicia tiene en un estado democrático; tan es
así, que en su programa de gobierno, entre otras cuestiones,
planteó la necesidad de llevar adelante diversas reformas
atinentes al Poder Judicial del Estado, con el objeto de mejorar
la impartición de justicia. No cabe duda que transformar
y actualizar en lo orgánico al poder encargado de administrar
justicia en el estado, constituye un reto histórico
y tendrá trascendencia singular; los jueces, estamos
en espera de que tales reformas sean instrumentadas, para
que la iniciativa se traduzca en realidad.
Estén ustedes seguros que los Jueces de Primera Instancia
del Estado de Michoacán, estaremos preparados para
responder a los cambios y a los nuevos tiempos.
Muchas gracias.
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