Profesionalmente Hidalgo fue antes del Grito
de Dolores un teólogo. Durante diez años se entregó
a la enseñanza de la Teología, tanto a la escolástica
dogmática como a la moral.
Propugnó
por una Teología positiva frente a la escolástica,
pretendiendo un equilibrio entre ambas, como lo revela en su Disertación
sobre el verdadero método de estudiar Teología y
Escolástica. La Teología así concebida por
él, le sirvió de “llave maestra para comprender
y criticar la mentalidad reinante de aquella sociedad, novohispana
rezandera y pecadora”. Su carrera como teólogo fue
estimulada por el deán de la Catedral vallisoletana, José
Pérez Calama, premiando su disertación con doce
medallas de plata por ser la mejor presentada, en latín
y en castellano.
En 1770, a los 17
años de edad es Bachiller en Artes (filosofía) y
ese mismo año iniciaba los de Teología, culminándolos
tres años después, por la Real y Pontificia Universidad
de México. En 1773 emprendió los estudios canónicos
y al siguiente solicitó y obtuvo del Obispo de Michoacán
la clerical tonsura y las cuatro órdenes menores: el ostiariado,
el electorado, el exorcistado y el acolitado. El 11 de marzo de
1775 recibió solemnemente la primera de las órdenes
mayores o sagradas: el subdiaconado y en septiembre de 1777 se
le confirió la segunda, el diaconado.
Además cursó
estudios de filosofía, en donde fue presidente de las Academias
de sus condiscípulos, tuvo un acto de física, y
lo premió su maestro con el primer lugar.
En conjunto los
estudios de Hidalgo lo habían introducido en un importante
sector de la cultura occidental. Notables autores de la Roma clásica,
como Cicerón, Oviedo y Virgilio le fueron enseñando
modelos de oratoria, de lírica y de epopeyas, que hubo
de analizar, traducir y declamar públicamente. En filosofía,
la lógica aristotélica y medieval fue objeto de
innumerables ejercicios, entre ellos la argumentación y
la réplica de viva voz; luego la física, ciertamente
la obsoleta, pero ya sacudida ahí mismo en Valladolid por
los intentos renovadores de Clavijero.
Finalmente la Teología.
Entonces aplicó los conocimientos de latín y filosofía.
Entonces se inició de manera sistemática en largas
cuestiones sobre Dios Uno y Trino, sobre el hombre y su destino
trascendente, sobre Cristo y María, virtudes y sacramentos,
muerte, juicio, infierno y gloria. Amén de los tratados
de Teología moral: los actos humanos, la ley, la conciencia,
los preceptos, la justicia y el derecho. Y ya para salir, elementos
de liturgia y rúbricas. Con todo ese bagaje podría
plantarse en el púlpito, sentarse en el confesionario,
ajustar casorios, consagrar y echar todo tipo de bendiciones.
Profesionalmente
Hidalgo antes que nada fue un teólogo. Y un estímulo
decisivo en esta carrera tuvo lugar cuando ganó el certamen
de la disertación sobre el verdadero método de enseñar
Teología y Escolástica. Ahí está el
proyecto intelectual de Hidalgo. Propugna por una Teología
positiva frente a la especulativa.
Teología
positiva quiere decir datos concretos de la Revelación
judeocristiana y de su tradición a través de los
siglos; quiere decir mayor conocimiento de la Biblia, de la Patrística,
del Magisterio y de la historia de la Iglesia. Teología
especulativa, en cambio, es reflexión conceptual sobre
el dato revelado y transmitido; es la aplicación de categorías
filosóficas a la fe; es la sistematización e interpretación
de lo que aporta la Teología positiva. En suma, el marco
teórico.
Hidalgo en realidad
pretendía un equilibrio entre ambas teologías, ya
que a fin de cuentas se trata de dos fases de la misma disciplina.
Más allá de estas consideraciones, la Teología
positiva representaba para Hidalgo el arnero que va separando
lo esencial a la fe católica, de doctrinas discutibles,
de esquemas culturales del tiempo y de falsas creencias que logran
generalizarse. En este sentido la Teología positiva le
serviría también como llave maestra para comprender
y criticar la mentalidad reinante de aquella sociedad novohispana
rezandera y pecadora.
Por ello mismo la
consagración de Hidalgo a la Teología no concluyó
con diez años de magisterio. Su biblioteca y sus conversaciones
seguirían girando en torno a cuestiones teológicas.
A tal grado que a la vuelta de otros diez años era reconocido,
bien como “uno de los más finos teólogos”
de la provincia, bien “como el mejor teólogo de esa
diócesis”.
También fue pasante de gramáticos, presidente de
las Academias de Filósofos y Teólogos.
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