Hidalgo admiraba al padre Borda y al abate
Francisco Javier Clavijero, reformador del estudio de la filosofía
en los Colegios Jesuitas, en especial el de Valladolid.
La notoria
carencia de razonamiento de lógica al leer los textos del
padre Donet, lo incitaron a buscar en otros autores no aceptados
por la Iglesia como Gota, Ferry, Grabazón, la verdad que
no encontró en aquél.
Ya graduado en Teología
(1773) se dedica a la lectura de Rousseau y Voltaire, anteponiéndolos
a las de San Agustín, mientras que sus condiscípulos
no ven más allá de lo que pasaba en sus vidas diarias.
Así, más que inmiscuido en los libros sagrados,
sus lecturas las realizaba de los enciclopedistas, mismas que
habían sido prohibidas por la Inquisición, además
se adentró en el análisis de los fenómenos
económicos, sociales y políticos que ocasionaron
la independencia de trece colonias inglesas de Norteamérica
y los que ya se agitaban a Francia contra el absolutismo real.
De su gusto por las
obras científicas, filosóficas y literarias destacan
las escritas por Cicerón, Moliere, Racine, Rollin, Bufón,
Bossuet, Baseri.
Durante sus estudios
de Teología, llevó como texto fundamental el Clypeus
Theologiae Thomisticae, del dominico francés Juan
Bautista Gonet. De esta obra recoge la doctrina tradicional sobre
el bien común, piedra fundamental del populismo.
Sin embargo, algunos
autores sugieren que no necesariamente el pensamiento de Hidalgo
estuvo fundamentado en los enciclopedistas. Pues ciertamente se
le imputó leer libros prohibidos; mas a la hora de las
especificaciones, lo que se pudo traer a la colación fueron
obras de clérigos como Fleury y Serri, ambos finalmente
devotos católicos. Con certeza consta el testimonio de
que Hidalgo había leído una obra secundaria e inocua
de D’Lambert: las anotaciones a la teoría de música
de Rameau. La Inquisición no hubiera dejado escapar la
oportunidad de inculpar formalmente a Hidalgo de depravado, si
hubiera algún fundamento para ello.
El mayor acercamiento
directo que tuvo Hidalgo a la ilustración francesa fue
a través de historiadores cuyas obras habría que
rastrear con detenimiento: Carlos Rollin, Claudio Francisco Javier
Millot y Francisco Gayot de Pitaval. Finalmente las mayores alabanzas
del propio Hidalgo con relación a sus lecturas, recaían
sobre libros de corte teológico: la Defensa del clero galicano
y la refutación de los errores protestantes, obras del
obispo de Meux, Santiago Benigno Bossuet, de las cuales hacía
mucho aprecio y las elogiaba en extremo.
Tenía trato
con personas cultas, entre ellos el obispo electo de Michoacán,
Manuel
Abad y Queipo, el intendente de Guanajuato, Juan
Antonio de Riaño, el cura Antonio Labarrieta, y algunos
catedráticos, ingenieros de minas egresados del Colegio
de Minas.
El futuro padre de
la patria acababa de cumplir 14 años. Ya había aprobado
dos cursos de latín, gramática y retórica
con los padres jesuitas del Colegio de San Francisco Javier. Sin
método y tan sólo por efecto del trabajo habitual
con los indígenas de Tejupilco, Guanajuato y Michoacán
hablaba los idiomas otomí, tarasco y náhuatl.
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